“Baumgartner
no dice nada. Quiere hablar, tiene que decirle un montón de cosas y hacerle muchas
preguntas, pero por lo visto ha perdido la facultad de abrir la boca y emitir
palabras… No puede estar segura de nada, dice ella, pero sospecha que es él
quien está sosteniéndola en esa incomprensible vida de ultratumba, ese
paradójico estado de inexistencia consciente que deberá llegar a su fin en cualquier
momento, lo presiente, pero mientras él siga vivo y sea capaz de pensar en
ella, esos pensamientos continuarán despertando y volviendo a despertar su
propia conciencia… No tiene ni idea de cómo ocurre eso, ni tampoco entiende esa
capacidad de hablarle ahora, pero sí sabe que los vivos y los muertos están
conectados, y el hecho de que estuvieran tan unidos en vida puede continuar incluso
en la muerte, porque si uno muere antes que el otro, el vivo puede mantener al
muerto en una especie de limbo temporal entre la vida y la no vida, pero cuando
el vivo muere a su vez todo acaba y la conciencia del muerto se extinguirá para
siempre”.
Despierta
de su sueño Baumgartner; de pronto, se da cuenta de que ya no podrá volver a
soñar, pero siente que su conciencia no se ha adormecido del todo, alentada por
un plantel de personajes inmortales que lo reclaman, y una legión de lectores
que no pueden esconder sus lágrimas.