29 de noviembre de 2017

Leonardo vs. Picasso: el arte tenía un precio

El mercado de obras de arte presenta algunas connotaciones similares a las del mercado de deportistas profesionales de élite. Cuando uno cree que se han alcanzado cotas insuperables en algunas transacciones, que se han desembolsado cifras astronómicas que desafían la lógica económica, que se ha llegado al máximo histórico, cada vez con menos desfase temporal, nos encontramos con otra operación que quiebra todas las expectativas y reabre el ciclo de los superlativos.

En el año 2015, causó gran impacto la venta del lienzo de Picasso “Les femmes d’Alger” por la suma de 179 millones de dólares, que analizaba en un artículo (“El valor económico de un Picasso”, diario Sur, 13 de junio de 2015). En él se recogía la posición de algunos significados marchantes del mundo del arte que consideran que este tipo de adquisiciones no responden a los caprichos de algún multimillonario, sino que obedecen a decisiones que se toman de forma muy meditada. Este punto de vista nos llevaría a analizarlas como si se tratara de la compra de un activo financiero. Fuera de los circuitos de las casas de subastas, ha habido operaciones bilaterales con cifras superiores.

Hace tan solo unos días, a mediados de noviembre, la cota alcanzada por la referida obra picassiana se ha visto multiplicada por 2,5 en la venta del cuadro de Leonardo da Vinci “Salvator Mundi”, adjudicado por un montante total de prácticamente 400 millones de dólares, cifra a la que hay que añadir la nada despreciable suma de 50,3 millones de dólares percibida por los servicios de Christie’s. Se da la circunstancia de que el lienzo, inicialmente atribuido a un discípulo de Leonardo y alterado por diversos retoques, fue vendido en el año 1958 por tan solo 45 libras. El tenedor de la obra habría mantenido intacto su poder adquisitivo (en España) si hubiese obtenido hoy por ella unas 1.800 libras.

En el caso del retrato del “Salvador del Mundo” concurren, además, algunas curiosas circunstancias. De algunas de ellas dan cuenta Lauren Leatherby y Eric Platt (Financial Times, 16 de noviembre de 2017) y Manuel Conthe (Expansión, 21 de noviembre de 2017).

El cuadro, que perteneció al Rey Carlos I de Inglaterra, estuvo presuntamente desaparecido hasta su redescubrimiento en 2005. En 2011 fue exhibido públicamente después de una laboriosa restauración. La atribución de su autoría al genio italiano se basa en una serie de indicios, sin que hayan desaparecido quienes cuestionan su originalidad.

Partía ya de algunas referencias significativas, puesto que en 2013 ya había sido vendido por 127,5 millones de dólares, cifra superior al precio de salida en la reciente subasta (70 millones de dólares).

Inevitablemente, ante una operación de una cifra tan extraordinaria, surgen varias preguntas, al menos tres: i) ¿Cómo puede una obra alcanzar un precio tan exorbitante?; ii) ¿Quién puede estar detrás?; y iii) ¿Por qué ha estado dispuesto a desembolsar semejante suma?

Ninguna de ellas es fácil de responder.

Aun cuando puedan aplicarse al mercado del arte los criterios típicos para la evaluación de una decisión de compra de un activo financiero, el análisis económico nos lleva a incorporar algunos rasgos muy singulares que concurren en la oferta y la demanda de obras de grandes artistas fallecidos (“El valor económico de una obra de arte”, eXtoikos, nº 18, 2016).

Respecto a la segunda, si aplicamos la regla empírica del “1 al 4%”, como techo de la riqueza que una persona puede estar dispuesta a pagar por una inversión de esta naturaleza, el patrimonio del adquirente, como mínimo, superaría los 11.000 millones de dólares. Visto así, la compra del cuadro implicaría dedicar la renta obtenida en un año a razón de un 4% (neto de impuesto) de dicho patrimonio.

Pueden hacerse algunas especulaciones respecto a la justificación de la compra, aunque, si barajamos posiciones económicas como la descrita, probablemente las decisiones monetarias se vean de otra manera.

Según algunas tesis, la exaltación de una obra, además de por sus atributos artísticos, puede verse favorecida por circunstancias específicas independientes. Así, el robo de La Gioconda en 1911 pudo contribuir a su aprecio y reconocimiento universales. También el “Salvator Mundi” ha estado rodeado de rasgos críticos, entre lo que no es irrelevante su presentación propagandística como el posiblemente último Da Vinci.

A partir de ahora puede que el rostro de Cristo vendido en Christie’s rivalice en popularidad con el de Mona Lisa. Pero, como apuntaba Harry Eyres (Financial Times, 3 de febrero de 2012), Leonardo estaba interesado fundamentalmente en pintar mentes, o incluso almas, no simplemente rostros. El misterio del gran maestro continúa en el plano artístico y se amplifica en el económico.

26 de noviembre de 2017

El reto de los periódicos tradicionales

Recuerdo una época, a comienzos de los años ochenta, en la que algunos periódicos de tirada nacional llegaban a Málaga a una hora tardía, superado el mediodía. Años antes ni siquiera los diarios locales se editaban los lunes. Aunque se trataba de cubrir el hueco con la gaceta exclusiva de esa jornada, se generaba un extraño vacío. Si un día sin periódicos era difícil de sobrellevar, cuesta imaginar cómo sería la vida sin ejemplares en los quioscos. ¿Está cerca ese día?
Por aquel entonces, las noticias impresas venían a representar la certeza del mundo y a moldear la realidad, que parecía dispuesta a mostrarse sumisa al dictado de las linotipias. En los bares, los ejemplares iban pasando de mano en mano, en muchos casos bajo la custodia de rudimentarios anclajes.
El periódico era entonces lo que los economistas califican como bien individual, al cumplir las dos características propias de este tipo de bienes: su utilización por una persona impide el uso de otra y su acceso queda restringido a aquellas dispuestas a pagar el precio. A pesar de estas notas, un mismo ejemplar podía ser reutilizado, pero, salvo despiece por secciones, dentro de lo técnicamente factible, en un mismo momento solo podía ser “consumido” por un usuario, y el poder de disposición era exclusivo del adquirente.
La edición de un periódico estaba sujeta a unos variados y cuantiosos costes de producción. El periódico en papel tenía potentes competidores en la radio y la televisión, pero ofrecía rasgos diferenciadores como la autonomía individual para adentrarse en la lectura en el momento elegido, en el lugar apetecido y según el ritmo deseado.
La llegada de Internet ha supuesto una gran transformación en todos los órdenes, pero hay algunos sectores en los que ha causado una verdadera disrupción. El de la información, ante el auge de las tecnologías de la información y la comunicación (TIC), que afectan a su materia prima, es uno de ellos. Internet ha posibilitado transformar un periódico, un bien físico individual, en un servicio universal, pero con dos importantes características técnicas: de un lado, la existencia de un coste marginal nulo, es decir, que, una vez producido, el periódico puede ponerse a disposición de cualquier número de personas (con acceso a Internet) sin incurrir en ningún coste adicional; de otro, la posibilidad de restringir el acceso a quien no pague el precio estipulado.
Al propio tiempo, las fuentes de noticias vía plataformas digitales, redes sociales, periódicos gratuitos y otras alternativas se han disparado de manera exponencial. Ante este panorama, no es de extrañar que se desataran previsiones apocalípticas acerca del supuestamente ineludible ocaso de la prensa tradicional. Hasta la fecha, sin embargo, tales vaticinios no se han cumplido, aunque es innegable que sí se han producido grandes impactos, ilustrados mediante la desaparición de importantes cabeceras en numerosos países y las adaptaciones en los modelos de negocio de los grupos editoriales. Para mayor complicación, la proliferación de canales ha alterado extraordinariamente la competencia por la captación del mercado publicitario.
Entre tales adaptaciones, el desdoblamiento de las ediciones en papel y en la web ha sido una pauta generalizada. Sin embargo, respecto a esta última se han seguido distintas estrategias de acceso: a) totalmente libre y gratuito, con o sin reclamos publicitarios; b) parcialmente libre y gratuito, con determinados contenidos restringidos a suscriptores; c) totalmente restringido a suscriptores, incluso con distintos niveles.
Sea como sea, la prensa en papel sigue aguantando el envite. A tenor del despliegue de los dispositivos que facilitan una conexión permanente y ubicua a Internet, y han propiciado la aceleración del tiempo y la búsqueda de la inmediatez, la subsistencia del formato tradicional no deja de ser un misterio. Pero, a la espera de ver qué sucederá una vez que los nativos digitales dominen la estructura demográfica, la prensa escrita sigue exhibiendo algunas ventajas no desdeñables: la sistematización, la certeza y la estabilidad de los contenidos, normalmente de elaboración más cuidada y sujeta a más controles de calidad.
En cualquier caso, es innegable que el sector de la prensa afronta importantes retos ante la dificultad de mantener las tiradas y de captar ingresos publicitarios. Las expectativas en el ámbito internacional no son demasiado halagüeñas. En las dos últimas décadas, la circulación diaria de periódicos en Estados Unidos ha caído casi un 40%, y, según las agencias de compras, los gastos en publicidad en periódicos globales disminuirán anualmente un 8% hasta 2021.
La respuesta de los editores va en la línea de apretarse el cinturón y de lograr una mayor eficiencia. Ahora bien, la aportación de ingresos por la vía digital no está teniendo un desarrollo tan grande como el esperado, entre otras cosas, porque la mayor parte del gasto publicitario se dirige a Google y Facebook, que controlan ya las dos terceras partes del mercado, según el diario Financial Times. Este aboga por que los periódicos aceleren el crecimiento de los ingresos de los lectores digitales, aparentemente más proclives a pagar por las noticias.
La verdad es que cuesta trabajo percibir esa tendencia, teniendo en cuenta la multiplicidad de fuentes informativas disponibles, si bien no es menos cierto que la creciente difusión de noticias sesgadas o no contrastadas está favoreciendo una mayor demanda de información de calidad. Y, a veces, los desarrollos que acaban imponiéndose en la realidad se desvían sustancialmente de las expectativas iniciales. El caso de la distribución de la música es sumamente ilustrativo y puede marcar el rumbo de la prensa.
Pese a todo, la lealtad de los lectores de los periódicos tradicionales es un rasgo destacado por los analistas. Esos lectores posiblemente sigan valorando tener entre sus manos una especie de balance cerrado (y “auditado”) a una fecha y a una hora determinadas. Estaban acostumbrados a su inventario con periodicidad diaria y quieren seguir manteniéndolo. Internet, que ha comprimido el espacio y el tiempo, ha conmutado el concepto de periodicidad por el de instantaneidad, que a veces pugna con la veracidad. La prensa escrita ve reforzado su papel como escudo en la “era de la desinformación.
(Publicado en el diario "Sur", el 25 noviembre de 2017)

23 de noviembre de 2017

El misterio de la curva de Phillips desaparecida

Hace ya casi sesenta años, el economista neozelandés A. W. Phillips postuló la famosa curva que lleva su apellido, según la cual la variación de los salarios guarda una relación negativa con la tasa de desempleo; a mayor tasa de paro, menores aumentos salariales, y viceversa. Muchas han sido las ampliaciones y revisiones de ese modelo tan simple y, en el fondo, basado en una lógica casi inapelable. Por mucho que rechacemos que el trabajo pueda ser considerado una mercancía, resultaría un tanto extraño que su retribución no se viera afectada por las condiciones del mercado laboral y por el implacable juego de la oferta y la demanda, que acaba resumiéndose en la tasa de desempleo.

Durante bastante tiempo llegó a prevalecer una visión bastante ingenua que concebía la curva de Phillips de una economía como una relación estable que ofrecía a los responsables de la política económica una serie de combinaciones elegibles de paro e inflación. Dentro de lo negativo, los dos males económicos bajo el foco, el paro y la inflación, marchaban en sentido contrario. Sin embargo, la crisis de los setenta del pasado siglo dejó bastante claro que ambos males pueden persistir al unísono. Y, ya desde hace tiempo, encontrar una curva de Phillips bien definida y estable se convirtió en una verdadera quimera. La otrora típica curva en forma de media luna empezó a difuminarse, si no a desaparecer, en los registros estadísticos empíricos.

Pero sería absurdo suponer que se pueda ignorar por completo una relación tan trascendental y, así, a lo largo de los últimos años son numerosos los trabajos de investigación que tratan de recuperar la pista de su representación gráfica real. Para algunos economistas, el hecho de que no se llegue a percibir la curva de Phillips a partir de una inspección superficial de los datos no significa que no exista. Su existencia se considera crucial para la conducción de la política monetaria.

En su blog del Financial Times, en dos entradas del mes de octubre de 2017, Gavyn Davies lleva a cabo un repaso ilustrativo del estado de la cuestión. En ellas sostiene la tesis de que el comportamiento de la inflación puede venir condicionado por otras variables que contrarresten el impacto del desempleo. Es decir, muchas otras variables pueden influenciar la evolución de la inflación, y algunas perturbaciones sobre estas variables pueden ocultar la relación subyacente entre la inflación y el paro. El papel de la globalización, la caída estructural de precios en algunos sectores, los cambios demográficos y las expectativas inflacionarias pueden desempeñar un papel relevante al respecto.

Lo que sí parece desprenderse es que, debido a algunos de los desarrollos recientes, la curva de Phillips se ha vuelto más plana, de manera que una caída en la tasa de desempleo tiene hoy día mucho menos impacto en la elevación de la inflación que en los años setenta del pasado siglo.

En este contexto, como subraya The Economist (4 de noviembre de 2017), cuanto más plana sea la curva de Phillips, el coste para los bancos centrales, en términos de una mayor inflación, por el hecho de retrasar el aumento de los tipos de interés es bastante bajo.

En el primer gráfico adjunto se representa la relación entre la tasa de desempleo y la variación salarial en España en los últimos años. La relación queda más perfilada si se incluyen los datos de las variaciones salariales con un retraso de cuatro trimestres, como se hace en el segundo gráfico.

18 de noviembre de 2017

Dinero y mente: la neurociencia ante la falsificación de billetes

Cada año, el Banco Central Europeo (BCE) retira de circulación un elevado número de billetes falsos.  En el primer semestre de 2017 la cifra ha ascendido a 331.000, de los cuales alrededor de un 85% fueron billetes de 20 y 50 euros.

El BCE considera que la probabilidad de recibir un billete falso es muy pequeña, ya que su número es muy bajo en comparación con el número de billetes genuinos en circulación (en septiembre de 2017, 20.741 millones). Ante semejante cifra, el porcentaje que representan los billetes falsos retirados es, desde luego, una nimiedad, aunque no se sepa cuántos otros también ilegítimos puedan seguir en el circuito. Globalmente, se trata de una suma pequeña, pero, si suponemos un importe medio de 40 euros por billete falso, el valor de los retirados en el primer semestre de 2017 se eleva a algo más de 13 millones de euros.

Aun así, teniendo en cuenta los sofisticados elementos de seguridad incorporados en los billetes de euro podría resultar sorprendente que alguien se atreviera con las falsificaciones. Como indica el propio BCE, todos los billetes de euro pueden verificarse mediante el método “feel, look and tilt” (“toque, mire y gire”). Practicarlo es una experiencia llena de sorpresas que nos lleva a un terreno de fascinación rayana con la magia. Personalmente, nunca lo había hecho hasta ahora. Podría ser interesante pensar cómo cambiarían algunos hábitos si repitiésemos la ceremonia cada vez que pase por nuestros manos algún billete.

De forma general, los bancos centrales suelen invertir importantes sumas para reforzar la seguridad de los billetes que emiten. Sin embargo, David Eagleman, neurocientífico de la Universidad de Stanford (Financial Times, 2 de marzo de 2017), considera que la incorporación de elementos específicos de seguridad representa un esfuerzo baldío, ya que, en la práctica, nadie les presta atención. A partir de la consideración de los resultados de una serie de experimentos sociales, concluye que la experiencia en el manejo de objetos como los billetes o monedas no implica necesariamente que se adquiera una pericia suficiente. La razón es que solo somos capaces de ver aquello que examinamos minuciosamente. Nuestro sentido visual no es como una cámara que registra todos los detalles de una escena. Así, no debemos esperar que el sistema visual humano detecte rasgos de seguridad semicamuflados en los billetes. Su recomendación consiste en apostar por la simplicidad en el diseño (el ideal sería ¡un trozo de papel en blanco con un solo holograma en el centro!), lo que entra en conflicto con la imagen imponente que quieren proyectar las instituciones competentes.

Como consultor del BCE, algunas de sus propuestas, pese a ser admitidas en el plano teórico, no han podido ser aceptadas para su implementación. Sí, no obstante, la elección de un rostro, el de la princesa Europa, como marca de agua del euro, en lugar de un edificio. Razones de especialización neuronal avalan, según el reputado neurocientífico, que hace honor a su apellido, el cambio indicado.

15 de noviembre de 2017

Claridad para el lenguaje económico: ¿una cuota del 2,6% para el uso de la “y”?

La claridad y la precisión del lenguaje con fines de comunicación, ya sea económica o de otro tipo, son unos atributos absolutamente plausibles. Aunque, en muchas ocasiones, las palabras, aun cuando se haga un uso correcto de ellas, no prestan una gran ayuda. Así, ¿queda claro que el autor de estas líneas pretendía subrayar que, en su opinión, los mencionados objetivos son dignos de aplauso y no meramente algo admisible? Para mayor complicación, la tendencia a utilizar la acepción inglesa de esa misma palabra no viene sino a añadir confusión.

Sobre la base de lo expuesto, las cruzadas en pro de la claridad expositiva impulsadas desde los centros emisores de influyentes informes económicos no puede sino respaldarse de manera rotunda e inequívoca.

A este respecto, es encomiable el empeño de Paul Romer, economista jefe del Banco Mundial, quien ha declarado que la claridad de la escritura es un compromiso con la integridad y representa el fundamento para la verdad en la ciencia.

Hasta ahí todo bien; nada que objetar, sino todo lo contrario. Pero, ¿hay algún método fácil para discernir si un texto pasa el filtro de la claridad? Para ese prestigioso economista norteamericano, que figura incluido en las quinielas para el Premio Nobel, sí: basta simplemente con establecer una cuota para el uso de la conjunción “y”. De hecho, en mayo de este año remitió un correo electrónico a su personal señalando que vetaría la publicación de uno de los informes elaborados por su departamento si la frecuencia de la “y” superaba el 2,6% del total de palabras. El profesor Romer no eligió este porcentaje por capricho, sino porque, según él, refleja la frecuencia actual del lenguaje escrito académico.

He de confesar que quedé impactado al leer semejante noticia, publicada más tarde del primero de abril (Shawn Donnan, Financial Times, 25 de mayo de 2017). Sinceramente, considero que es preferible recurrir a otros criterios más fiables, que quizás solo puedan aplicarse una vez que se ha leído el producto final. Me resisto a creer que no superar esa cota implique un aval válido de la posible claridad expositiva, como tampoco que su superación implique que aquella no exista.

En un artículo también publicado en el Financial Times (4 de junio de 2017), Lucy Kellaway recordaba que lo extenso casi siempre significa malo, pero lo breve no implica que sea bueno. “La cuota de la ‘y’ de Paul Romer es una falsa economía” se recoge como título de su artículo.

12 de noviembre de 2017

El valor asimétrico del riesgo de muerte

El otorgamiento del Premio Nobel de Economía ofrece cada año una oportunidad para reflexionar sobre las líneas de investigación de los galardonados y poner en valor las aportaciones de su trayectoria académica. Este año, hay que celebrar que el receptor de tan distinguido reconocimiento haya sido uno de los principales exponentes de la Economía del Comportamiento, Richard Thaler, que lleva cuarenta años afanándose en incorporar la perspectiva psicológica al análisis de las decisiones económicas individuales. Las enseñanzas acumuladas a partir de numerosos experimentos sociales controlados son sumamente útiles y esclarecedoras de fenómenos que, de otro modo, podrían considerarse anomalías con arreglo a los estándares más ortodoxos.

Entre otros muchos aspectos, Richard Thaler ha tratado de indagar acerca del valor que las personas atribuyen a su propia vida. Es el tema objeto de uno de sus más conocidos experimentos, reseñado en el documento de la Academia Sueca sobre las contribuciones del economista norteamericano. A través de dicho experimento se pretendía estimar el valor de las reducciones del riesgo de mortalidad. Las preguntas recogidas en dicho documento, con una formulación algo distinta de la plasmada en el libro de Thaler “The making of behavioral economics misbehaving” (2015), del que existe una versión española con el título “Todo lo que he aprendido con la Psicología Económica” (2016), son las siguientes:

“(a) Suponga que Vd. ha estado expuesto a una enfermedad, que, en caso de haberla contraído, lleva a una muerte rápida e indolora en una semana. La probabilidad de que Vd. tenga la enfermedad es de un 1 por mil. ¿Cuál es la cantidad máxima que estaría dispuesto a pagar por el antídoto?

(b) Suponga que se necesitan voluntarios para investigar sobre la mencionada enfermedad. Todo lo que se requeriría es que Vd. se expusiera a una probabilidad de un 1 por mil de contraer la enfermedad. ¿Cuál es la cantidad mínima que Vd. requeriría para participar como voluntario en el programa? (No se permitiría comprar el antídoto)”.

Thaler llama la atención en el sentido de que las personas responden con una amplia divergencia, de manera que parecen mucho menos dispuestas a pagar por “adquirir salud” (2.000 dólares) en comparación con lo que exigirían como compensación por “vender salud” (500.000 dólares).

Thaler resalta que la primera respuesta implica que un aumento de la probabilidad de un 1 por mil empeora la situación de la persona en como mucho 2.000 dólares, pero la segunda respuesta refleja que no se aceptaría el mismo incremento de riesgo por menos de 500.000 dólares. He aquí un rango muy amplio, mucho mayor que el recogido, como respuestas típicas, en el documento de la Academia Sueca (200 y 10.000 dólares, respectivamente).

El Premio Nobel de Economía, después de señalar la incongruencia de ese resultado, admite que “esa verdad no resulta evidente para todo el mundo”, pero concluye que “no obstante, la lógica es irrefutable”.

En efecto, la lógica puede ser irrefutable, pero se presta a algunas consideraciones. Así, en la primera de las situaciones planteadas, estamos ante un evento que ya se ha materializado. Ya se ha incurrido en el riesgo de haber contraído la enfermedad. Lo que se ofrece es la posibilidad de eliminar el posible impacto de la enfermedad mediante la compra del medicamento: cuánto pagar por evitar ese mal, que puede haberse contraído con una probabilidad de un 1 por mil.

En el segundo caso, se parte de la certeza de no tener la enfermedad y se trata de recibir una cantidad económica si se incurre en el riesgo, con la misma probabilidad, de contraerla.

¿Estamos realmente ante la misma elección? ¿Existe una simetría completa? ¿Es la vida, o la salud, un bien cualquiera cuyas transacciones de compra y de venta son totalmente equiparables? ¿Hay verdaderamente un incremento de riesgo en la primera situación, si no se compra el medicamento o, más bien, una disminución, si se compra? En definitiva, ¿cabe atribuir alguna prima al hecho de partir de una situación de certeza?

Por otro lado, en la segunda pregunta se habla de participar en una investigación, por lo que se ofrece cambiar una situación de certeza (respecto a la enfermedad considerada) por otra de riesgo (no se da garantía del antídoto).

A pesar de todo, es ciertamente llamativo el contraste en las respuestas. Así, si consideramos una persona de 40 años con una esperanza de vida de 80, la compra del antídoto le permitiría restituir su esperanza de vida eludiendo el riesgo de muerte inminente. Aunque individualmente cada una pueda percibir como baja la probabilidad de fallecimiento, si ninguna de mil personas afectadas adquiriera el medicamento, una de ellas fallecería. El hecho de que todas puedan creer que en un “sorteo” ya celebrado tienen menos probabilidades de haber resultado “agraciadas” puede salir muy caro a una de ellas. En cualquier caso, entre personas con aversión al riesgo, no es lo mismo haber participado inconscientemente en una prueba de riesgo que someterse consciente y voluntariamente a la misma.

11 de noviembre de 2017

En memoria de Gregorio Sánchez, artista

Nunca podré olvidar su irrupción en la sala, el revuelo que originó entre un centenar de serios directivos bancarios, que, tras una larga jornada de sesiones, se disponían a concluir la cena institucional. Corría la primavera del año 1994, año en el que una conocida entidad financiera celebraba su convención de directivos en Chiclana de la Frontera. El responsable de su organización había optado para amenizar la velada por un personaje, según me comentó, bastante conocido en eventos festivos en el entorno del Barrio malagueño de la Victoria. Al parecer, era frecuente su participación como cantante de flamenco en celebraciones diversas. A esa competencia venía a añadir otra, como afición, la de humorista.

La actuación de Chiquito de la Calzada fue memorable. Su talento, su ingenio humorístico, su puesta en escena, sus inigualables dotes para la performance, deambulando por el salón con su peculiar estilo, tuvieron un impacto inenarrable. Personalmente, no podía dar crédito a cómo semejante portento del humor no hubiese arrasado en los programas de televisión y no fuese una estrella de proyección internacional. Me explicaron su trayectoria modesta y sufrida. Ya no era un niño, pero estaba convencido de que, con una mínima promoción, se elevaría, sin ningún tipo de imposturas, a las más altas cotas de popularidad. Cómo no había habido algún agente artístico que lo hubiese impulsado, me preguntaba, incrédulo.

Poco después, los hechos vinieron a demostrar que mis pronósticos, al menos por una vez, no eran completamente desacertados. 

En el año 1996, cuando se encaminaba al cénit de su fama, coincidí con él en un vuelo Málaga-Barcelona, en el que él iba acompañado de su esposa, y yo, de un conocido entrenador de baloncesto. Fuera del escenario, parecía otra persona, extremadamente seria y con un porte de gentleman. En el momento de las presentaciones, se limitó a decir: “Gregorio Sánchez, artista”.

A ese artista, a ese gran artista, irrepetible e inimitable, van dedicadas estas líneas de admiración, con el recuerdo de aquella grandiosa actuación de hace más de veinte años en la que nos deleitó con su destreza humorística arrolladora.

7 de noviembre de 2017

Acerca de la supuesta regresividad del IRPF

¿Es regresivo el IRPF en España? Para más de una persona, esta puede ser una pregunta ociosa. No esto por antonomasia para las familias españolas, cumpla adecuadamente su papel recaudatorio y redistributivo, lo que ha calado en la opinión pública.
 
Ahora bien, toda recomendación de esta naturaleza, siempre que esté en juego alguna cuestión contrastable con arreglo a criterios objetivos, será más o menos adecuada en función de cómo se configure la realidad. ¿Responde la proclamada regresividad del IRPF a una base objetiva o se trata, por el contrario, de una idea preconcebida?
 
Si no queremos dejarnos llevar por nuestros instintos o nuestras creencias, no tenemos más remedio que acudir a la información estadística oficial, suministrada por la Administración Tributaria, para tratar de clarificar el panorama.
 
De todas formas, es preciso tener presentes algunos aspectos metodológicos relevantes:
  • En primer lugar, naturalmente, hay que dilucidar los conceptos clave de progresividad y regresividad. Adoptando la definición más extendida, un impuesto sobre la renta es progresivo cuando el tipo medio de gravamen (relación, expresada como porcentaje, entre la cuota pagada y la base imponible) aumenta conforme aumenta la renta; por el contrario, si el tipo medio desciende cuando aumenta la renta, el impuesto será regresivo.
  • Por otro lado, los datos disponibles corresponden a los declarantes del IRPF, sin diferenciación entre las declaraciones individuales y las conjuntas. En puridad sería conveniente hacer el ejercicio tomando como referencia a las familias, pero, con los datos más recientes a nuestro alcance, no resulta posible.
  • Tampoco podemos olvidar que los cálculos se efectúan en función de la renta declarada, por lo que no se tiene en cuenta la incidencia de los ingresos no declarados, por situarse en el terreno de la economía sumergida o, dentro de la economía formal, por corresponder a supuestos de fraude fiscal.
Veamos qué nos dicen los datos correspondientes al ejercicio 2015, para el que el número de declaraciones presentadas fue de casi 20 millones, con una cuota final agregada de 67.045 millones de euros. Si pasamos a observar cómo se distribuye la carga tributaria por los distintos grupos de contribuyentes según niveles de ingresos, podemos señalar lo siguiente:
  • Casi dos tercios de los declarantes (64,3%) tienen ingresos iguales o inferiores a 21.000 euros, y su aportación a la recaudación del IRPF es algo inferior al 11%.
  • El 80% de los declarantes, con renta hasta 30.000 euros, aportan el 27% del total de la cuantía del IRPF.
  • Los declarantes agrupados en el intervalo de renta entre 30.000 y 60.000 euros (un 16,4%) proporcionan un 37% de la recaudación obtenida.
  • Solo un 3,5% de los contribuyentes declaran una renta de 60.000 euros o más, y su contribución asciende a casi el 36% del total.
  • Únicamente un 0,4% de los declarantes (algo más de 80.000) perciben una renta igual o superior a 150.000 euros, en tanto que su cuota representa un 5,8% del total.
¿Cómo evoluciona el tipo medio de gravamen del IRPF por grupos de renta? Lo calculamos comparando la cuota pagada con la renta agregada de cada grupo. Dicho tipo medio, dejando al margen los niveles más bajos, que no tributan, va desde el 2,7%, para los declarantes con renta entre 6.000 y 12.000 euros, hasta el 33,5%, para los contribuyentes con renta entre 150.000 y 601.000 euros. Entre estos extremos, el tipo medio es cada vez mayor.

La conclusión que se obtiene es que el IRPF es claramente progresivo en los términos descritos: el tipo medio va aumentando cuando aumenta el nivel de renta. Es decir, el impuesto detrae una proporción cada vez mayor de la renta, a medida que esta va aumentando en los intervalos considerados. Hay, no obstante, una excepción en la que se quiebra esa tendencia, concretamente en el último intervalo, correspondiente a rentas superiores a 601.000 euros, para las que el tipo medio es 2 puntos porcentuales inferior al del intervalo precedenteEl análisis realizado se basa en datos agregados por tramos de renta. Para valorar casos de contribuyentes concretos tendríamos que hacer comparaciones específicas. La existencia de una tarifa dual, una general (que grava los rendimientos del trabajo) y otra del ahorro (con tipos más bajos), puede dar lugar a resultados distintos a los señalados con carácter general, en el caso de personas con elevados ingresos que perciban solo rendimientos del capital mobiliario.

De manera complementaria, podemos utilizar otro enfoque que nos debería confirmar el carácter globalmente progresivo del IRPF, el que permite comparar los porcentajes de cada colectivo de contribuyentes sobre la renta y sobre el impuesto agregados. Para los grupos de declarantes con renta hasta 30.000 euros, los porcentajes sobre el impuesto pagado son inferiores a los porcentajes respectivos sobre la renta total. A partir de unos ingresos de 30.000 euros ocurre lo contrarioSi hacemos la comparación de manera acumulativa, observamos que el conjunto de declarantes cuya renta es igual o inferior a los 30.000 euros obtienen el 48% de la renta y soportan el 27% del impuesto; asimismo, quienes tienen renta por importe de hasta 60.000 euros perciben el 80% de la renta y pagan el 64% del total. A su vez, los declarantes que tienen los mayores niveles de ingresos (de 60.000 euros en adelante) obtienen el 21% de la renta y contribuyen con un 36% del impuesto.

Sobre la base de lo expuesto, y con las matizaciones señaladas, cabe concluir que, en España, el impuesto sobre la renta de las personas físicas, merced a su carácter progresivo, ejerce un importante efecto corrector de las desigualdades que se derivan del mercado. La distribución de la renta después de impuesto es más igualitaria que la distribución de la renta antes de impuesto. En definitiva, el papel real del IRPF no se corresponde con algunas de las percepciones habituales sobre este tributo.

(Publicado en el diario "Sur", el día 7 de noviembre de 2017)

4 de noviembre de 2017

Riqueza, refugios fiscales y desigualdad

Una de las contribuciones reconocidas por la Academia Sueca a Richard Thaler, galardonado con el Premio Nobel de Economía 2017, es la identificación de la importancia que las personas atribuyen a las consideraciones de equidad a la hora de tomar decisiones económicas y, en particular, cuando está en juego la distribución de una cantidad de dinero. Frente al frío y calculador homo economicus, exclusivamente preocupado por maximizar su utilidad, como personaje omnipresente en los modelos económicos convencionales, según la evidencia derivada de numerosos experimentos sociales controlados, los individuos exhiben pautas alejadas del egoísmo. Dicho de otra manera, ni siquiera el ganador quiere siempre llevárselo todo.

La relevancia de esta aportación es clara, pero también esa visión se ve, a su vez, desafiada, en buena medida, por ciertas preferencias reveladas, aunque permanezcan realmente ocultas: la riqueza financiera colocada en paraísos fiscales no es, ni mucho menos, una mera elucubración teórica. 

Aunque, como pone de relieve Nuria Domínguez en un artículo publicado en la revista eXtoikos (nº 18, 2016), el origen de la expresión paraíso fiscal está envuelto en un halo de misterio y, de hecho, puede no resultar apropiada en sentido estricto, hay indicios que apuntan que no son un vestigio del pasado. 

Y, a pesar de que Tim Harford ha matizado que no todo el que usa un centro financiero offshore ha de ser necesariamente un evasor fiscal, sería absurdo pretender negar que ese tipo de usuario al menos tiene en su mano alguna papeleta.

Al margen de las iniciativas de los organismos económicos internacionales, algunos equipos de economistas trabajan arduamente desde hace años para tratar de estimar la riqueza financiera familiar situada en territorios de baja fiscalidad. En este sentido, recientemente se ha difundido un estudio realizado por Annette Alstadsaeter, Niels Johannesen y Gabriel Zucman (“Who owns the wealth in tax havens? Macro evidence and implications for global inequality”, NBER Working Paper Series, Working Paper 23805, septiembre 2017) que ofrece una estimación sobre dicha riqueza.

Según este estudio, un importe equivalente al 10% del PIB mundial se mantiene en jurisdicciones de baja tributación, si bien existe un acusado contraste entre países (gráfico). Así, en algunos se llega a superar la cota del 50% del PIB del país respectivo, mientras en otros el porcentaje es irrelevante. La cifra estimada para España coincide prácticamente con la media mundial, y es significativamente inferior a las de países como Italia, Francia, Alemania, Reino Unido, Bélgica, Portugal y Grecia.

Cabe destacar que entre los países con menores saldos de activos offshore se encuentran algunos con baja presión fiscal (Corea) y otros con elevada presión fiscal (Dinamarca, Noruega).

Lo que resulta menos sorprendente es que, de computarse esa riqueza oculta, aumentaría la porción de la riqueza nacional correspondiente a los estratos integrados por las personas más ricas.

1 de noviembre de 2017

Por una regla de Tinbergen para el lenguaje económico

El nombre de Jan Tinbergen, galardonado con el Premio Nobel de Economía en el año 1969, está asociado al diseño óptimo de la política económica. Una de sus aportaciones teóricas más conocidas gira en torno a la denominada “regla de Tinbergen”: idealmente, debemos disponer de al menos un instrumento para abordar cada objetivo de política económica. Parece una recomendación bastante razonable. Si utilizamos un mismo instrumento para tratar de alcanzar dos objetivos distintos, especialmente si no son compatibles entre sí, puede que no consigamos ni uno ni otro. 

Hace años, un amigo, responsable de recursos humanos de una empresa, me pidió que le diese mi opinión acerca de un sistema de incentivos para la red comercial de su compañía, cuya misión era procurar que se alcanzaran las mayores cotas de negocio y beneficio. Sin embargo, a la hora de fijar las cuantías económicas a percibir por cada agente cumplidor de objetivos se introducía un mecanismo corrector encaminado a mejorar la equidad retributiva en la empresa. Así, un mismo instrumento se utilizaba para dos finalidades distintas, la generación de negocio y de resultados, y el acortamiento de las diferencias retributivas. Mi reflexión consistió en plantear simplemente la aplicación de una réplica de la regla de Tinbergen, es decir, utilizar medidas distintas para cada uno de los objetivos mencionados.

Mutatis mutandis, desde mi punto de vista, sería altamente recomendable que el lenguaje económico pudiera hacer suya alguna especie de regla tinbergeniana, con una finalidad esencial: poner coto a las situaciones de ambigüedad o, lo que es peor, de confusión que se generan por el uso de términos y expresiones ambivalentes. Mucho discutir acerca del carácter científico de la Economía, pero resulta que, en la esfera de la comunicación, se compatibiliza el uso de elementos con significados contradictorios, que, de manera especial, en su proyección extramuros, acaban, no pocas veces, induciendo errores de apreciación que pueden ser bastante relevantes en la conformación de la opinión de los ciudadanos.

Algunos ejemplos notorios pueden servirnos para ilustrar la situación aludida. En esa lista el concepto de “público” ocupa un lugar destacado. Así, ¿qué debemos pensar si nos dicen que la sociedad anónima X es una compañía pública? ¿Se trata de una compañía que es propiedad de las Administraciones públicas? ¿O sencillamente que es una sociedad (de propiedad pública o privada) que cotiza en el mercado bursátil, lo que le atribuye la posibilidad de que sea accesible para la inversión de cualquier ciudadano?

No acaban ahí los problemas semánticos con el vocablo “público”. Es frecuente que la noción de bien o servicio público se asocie a alguna actuación pública que beneficia al conjunto de la sociedad, pero no siempre es así. Hay programas de gasto público que no presentan un carácter social o colectivo sino que benefician a personas concretas, es decir, tienen un carácter individual.

Tampoco los calificativos “financiero/no financiero” se quedan atrás. Como poníamos de relieve en el número 8 de la revista eXtoikos, nos encontramos con la paradoja de que los gastos financieros (intereses) son, en realidad, operaciones no financieras.

En suma, la existencia de acepciones diversas (sector público, regla de oro de las finanzas públicas, crédito fiscal, deducción fiscal, redistribución…) se convierte en grava que dificulta la circulación de la rueda de la comunicación. En evitación de ambigüedades y confusiones, ante cualquier discurso económico, y a falta de la regla enunciada, es, no solo recomendable, sino imprescindible anteponer alguna “carta de intenciones”.

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