26 de noviembre de 2017

El reto de los periódicos tradicionales

Recuerdo una época, a comienzos de los años ochenta, en la que algunos periódicos de tirada nacional llegaban a Málaga a una hora tardía, superado el mediodía. Años antes ni siquiera los diarios locales se editaban los lunes. Aunque se trataba de cubrir el hueco con la gaceta exclusiva de esa jornada, se generaba un extraño vacío. Si un día sin periódicos era difícil de sobrellevar, cuesta imaginar cómo sería la vida sin ejemplares en los quioscos. ¿Está cerca ese día?
Por aquel entonces, las noticias impresas venían a representar la certeza del mundo y a moldear la realidad, que parecía dispuesta a mostrarse sumisa al dictado de las linotipias. En los bares, los ejemplares iban pasando de mano en mano, en muchos casos bajo la custodia de rudimentarios anclajes.
El periódico era entonces lo que los economistas califican como bien individual, al cumplir las dos características propias de este tipo de bienes: su utilización por una persona impide el uso de otra y su acceso queda restringido a aquellas dispuestas a pagar el precio. A pesar de estas notas, un mismo ejemplar podía ser reutilizado, pero, salvo despiece por secciones, dentro de lo técnicamente factible, en un mismo momento solo podía ser “consumido” por un usuario, y el poder de disposición era exclusivo del adquirente.
La edición de un periódico estaba sujeta a unos variados y cuantiosos costes de producción. El periódico en papel tenía potentes competidores en la radio y la televisión, pero ofrecía rasgos diferenciadores como la autonomía individual para adentrarse en la lectura en el momento elegido, en el lugar apetecido y según el ritmo deseado.
La llegada de Internet ha supuesto una gran transformación en todos los órdenes, pero hay algunos sectores en los que ha causado una verdadera disrupción. El de la información, ante el auge de las tecnologías de la información y la comunicación (TIC), que afectan a su materia prima, es uno de ellos. Internet ha posibilitado transformar un periódico, un bien físico individual, en un servicio universal, pero con dos importantes características técnicas: de un lado, la existencia de un coste marginal nulo, es decir, que, una vez producido, el periódico puede ponerse a disposición de cualquier número de personas (con acceso a Internet) sin incurrir en ningún coste adicional; de otro, la posibilidad de restringir el acceso a quien no pague el precio estipulado.
Al propio tiempo, las fuentes de noticias vía plataformas digitales, redes sociales, periódicos gratuitos y otras alternativas se han disparado de manera exponencial. Ante este panorama, no es de extrañar que se desataran previsiones apocalípticas acerca del supuestamente ineludible ocaso de la prensa tradicional. Hasta la fecha, sin embargo, tales vaticinios no se han cumplido, aunque es innegable que sí se han producido grandes impactos, ilustrados mediante la desaparición de importantes cabeceras en numerosos países y las adaptaciones en los modelos de negocio de los grupos editoriales. Para mayor complicación, la proliferación de canales ha alterado extraordinariamente la competencia por la captación del mercado publicitario.
Entre tales adaptaciones, el desdoblamiento de las ediciones en papel y en la web ha sido una pauta generalizada. Sin embargo, respecto a esta última se han seguido distintas estrategias de acceso: a) totalmente libre y gratuito, con o sin reclamos publicitarios; b) parcialmente libre y gratuito, con determinados contenidos restringidos a suscriptores; c) totalmente restringido a suscriptores, incluso con distintos niveles.
Sea como sea, la prensa en papel sigue aguantando el envite. A tenor del despliegue de los dispositivos que facilitan una conexión permanente y ubicua a Internet, y han propiciado la aceleración del tiempo y la búsqueda de la inmediatez, la subsistencia del formato tradicional no deja de ser un misterio. Pero, a la espera de ver qué sucederá una vez que los nativos digitales dominen la estructura demográfica, la prensa escrita sigue exhibiendo algunas ventajas no desdeñables: la sistematización, la certeza y la estabilidad de los contenidos, normalmente de elaboración más cuidada y sujeta a más controles de calidad.
En cualquier caso, es innegable que el sector de la prensa afronta importantes retos ante la dificultad de mantener las tiradas y de captar ingresos publicitarios. Las expectativas en el ámbito internacional no son demasiado halagüeñas. En las dos últimas décadas, la circulación diaria de periódicos en Estados Unidos ha caído casi un 40%, y, según las agencias de compras, los gastos en publicidad en periódicos globales disminuirán anualmente un 8% hasta 2021.
La respuesta de los editores va en la línea de apretarse el cinturón y de lograr una mayor eficiencia. Ahora bien, la aportación de ingresos por la vía digital no está teniendo un desarrollo tan grande como el esperado, entre otras cosas, porque la mayor parte del gasto publicitario se dirige a Google y Facebook, que controlan ya las dos terceras partes del mercado, según el diario Financial Times. Este aboga por que los periódicos aceleren el crecimiento de los ingresos de los lectores digitales, aparentemente más proclives a pagar por las noticias.
La verdad es que cuesta trabajo percibir esa tendencia, teniendo en cuenta la multiplicidad de fuentes informativas disponibles, si bien no es menos cierto que la creciente difusión de noticias sesgadas o no contrastadas está favoreciendo una mayor demanda de información de calidad. Y, a veces, los desarrollos que acaban imponiéndose en la realidad se desvían sustancialmente de las expectativas iniciales. El caso de la distribución de la música es sumamente ilustrativo y puede marcar el rumbo de la prensa.
Pese a todo, la lealtad de los lectores de los periódicos tradicionales es un rasgo destacado por los analistas. Esos lectores posiblemente sigan valorando tener entre sus manos una especie de balance cerrado (y “auditado”) a una fecha y a una hora determinadas. Estaban acostumbrados a su inventario con periodicidad diaria y quieren seguir manteniéndolo. Internet, que ha comprimido el espacio y el tiempo, ha conmutado el concepto de periodicidad por el de instantaneidad, que a veces pugna con la veracidad. La prensa escrita ve reforzado su papel como escudo en la “era de la desinformación.
(Publicado en el diario "Sur", el 25 noviembre de 2017)

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