15 de octubre de 2017

Las pasiones y los intereses

Es este el título de uno de los libros estelares del economista Albert Hirschman. De aquel, que vio la luz en el año 1977, se ha afirmado que se trata de una obra maestra, exquisita, brillante, original, maravillosa… Todo un clásico, un texto icónico, avalado por prestigiosos reconocimientos. No obstante, a estos acreditados atributos podrían añadirse otros, como el de su complejidad argumental y un desarrollo expositivo que no parece concebido para facilitar su asimilación por un lector no especialista. Tal vez el proceso de elaboración del manuscrito que el autor describe en el capítulo de agradecimientos ayude a explicar parcialmente dicho rasgo.

Como consta en la segunda parte del título de la obra, son los “argumentos políticos en favor del capitalismo previos a su triunfo” los que se centran su contenido, que Amartya Sen, en el prólogo de una edición del año 1996, cataloga como una “breve monografía sobre la historia del pensamiento económico”.

Ya en el prefacio, el autor señala que su ensayo “tiene su origen en la incapacidad de la ciencia social contemporánea para arrojar luz sobre las consecuencias políticas del crecimiento económico". El leitmotiv es el rastreo histórico de la justificación del capitalismo antes de que este llegara a expandirse y consolidarse. Y es una proposición sostenida por Montesquieu, también refrendada por Steuart, la que se erige en el foco argumental. Según el autor de “El espíritu de las leyes”, las pasiones pueden hacer que la gente sea malvada, pero puede haber intereses que le hagan no serlo. Montesquieu es presentado como el exponente de mayor influencia de la doctrina del “dulce comercio”.

La búsqueda, documentada y analítica, de los antecedentes de dicha tesis acapara gran parte de la “breve monografía” de Hirschman, escrita con erudición y también con apasionamiento. Por otro lado, no son pocas las sorpresas que nos proporciona su lectura, algunas de ellas de gran calado. Entre ellas, frente a la posible expectativa de cohonestar la conocida argumentación de la defensa de la economía de mercado de Adam Smith con la mencionada tesis montesquiniana, nos encontramos con que, según Hirschman, el autor de “La riqueza de las naciones” no solo no compartió esa perspectiva sobre la capacidad del capitalismo emergente para mejorar el orden político a través del control de las pasiones más salvajes, sino que la socavó decisivamente: “Al sostener que la ambición, el ansia de poder y el deseo de respeto pueden ser satisfechos por la mejora económica, Smith minó la idea de que la pasión puede enfrentarse a la pasión, o los intereses a las pasiones”.

Y Hirschman, después de haber inducido al lector a abrazar la tesis de Montesquieu-Steuart, después de haberle invitado a jugar una partida de naipes en la que él mismo reparte algunas cartas marcadas, pone más adelante las suyas bocarriba: “Las especulaciones de Montesquieu y Steuart acerca de las consecuencias políticas saludables de la expansión económica fueron una gesta de imaginación en el reino de la economía política, una gesta que continúa siendo magnífica aunque la historia haya refutado la esencia de estas especulaciones”.

De manera rotunda llega a afirmar que “la idea de que los hombres, al perseguir sus intereses, serían para siempre inofensivos no fue definitivamente abandonada hasta que la realidad del desarrollo capitalista se mostró completamente. A medida que el crecimiento económico de los siglos XIX y XX desarraigó a millones de personas, empobreció a amplios sectores mientras enriquecía a algunos, causó desempleo a gran escala durante depresiones cíclicas y produjo la moderna sociedad de masas, fue quedando claro para diversos observadores que quienes estaban implicados en estas violentas transformaciones serían, cuando la ocasión lo propiciara, apasionados: apasionadamente furiosos, temibles, resentidos”.

Esta demoledora conclusión, no obstante su relevancia, viene a chocar frontalmente con algunos planteamientos recientes, apoyados en la explotación de series históricas revisadas acerca de las condiciones socioeconómicas, como el de Edmund S. Phelps recogido en una entrada de este blog. Y, como colofón más que significativo, especialmente para los admiradores de dos figuras míticas del pensamiento económico como son Keynes y Schumpeter, cabe reseñar las ácidas críticas que el economista de origen alemán vierte sobre ambos.

En cualquier caso, aunque, desafortunadamente, la historia se ha encargado de refutar la creencia de Steuart de que“el complicado sistema de la economía moderna” era “la brida más efectiva que jamás se inventó contra la locura del despotismo”, es quizás más discutible que una adecuada política de modulación de los intereses no pueda contribuir a domeñar algunas pasiones.

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